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Una Habana por sobre todas

Una Habana por sobre todas

 

Nadie se atrevería a negarlo. La Habana es la ciudad más bella de Cuba, con esa mezcla de lo moderno y lo antiguo que siempre asombra, sobre todo en sus plazas y recintos de otros siglos, como las catacumbas en la Basílica menor del convento de San Francisco de Asís.

Y a pesar del paso del tiempo te envuelves nuevamente en esa atmósfera entre mística y de paz que guarda tantas historias bajo tierra y también en lo más alto. 

Hay otras Habanas. Cada quien tiene una; de sábanas blancas; de la sombra al brillo de la luz; del viajero, de los amantes, pero más allá de  todas queda una.

La Habana es una ciudad romántica, a pesar de sus años y de las grietas del salitre y el tiempo, incluso de los vándalos violadores de su tranquilidad.

En cada uno de sus símbolos, La Giraldilla es uno de ellos, vive una historia de amor, como si no pudiera ser de otra manera en una isla besada por el mar y en una ciudad que descansa junto a él, como esperando su caricia, más aún en estos días de intenso calor.

Narra la leyenda que doña Isabel de Bobadilla, casada con Hernando de Soto, nombrado por el rey de España, Carlos I, como Capitán General de Cuba, esperaba durante largas horas a su esposo en la torre de vigía del Castillo de la Real Fuerza, que por aquel entonces era vivienda del gobernador de la Isla.

 Aquella larga espera convirtió a Isabel - como a Penélope- en un personaje legendario, que con la vista puesta en el horizonte intentaba descubrir las naves que traerían de regreso al hogar a su esposo.

 De Soto había dejado a Doña Isabel de Gobernadora y partió hacia territorio del actual Estados Unidos. Recorrió allí varios lugares que hoy forman parte de los estados de Georgia, Alabama y la Florida. Es cuando descubre el río Mississippi y conoce sobre una famosa leyenda que le cuentan los nativos acerca de la fuente de la eterna juventud.

Aunque solo tenía 43 años, decide ir al mítico sitio; pero altas fiebres le provocaron la muerte. Dicen que la enamorada murió, finalmente, de amor. Unos años más tarde un artista habanero de origen canario, Gerónimo Martín Pinzón (1607-1649), se inspiró en aquella mujer que era un símbolo de la fidelidad conyugal y la esperanza y esculpió una figura en su recuerdo.

El entonces gobernador de la ciudad, don Juan Bitrián Viamonte, cuyo mandato abarcó desde 1630 al 34, mandó a fundir la escultura en bronce y colocarla, a modo de veleta, sobre la torre añadida poco tiempo después al castillo.

Bitrán bautizó la veleta con el nombre de Giraldilla, en recuerdo de la Giralda de su ciudad natal, Sevilla.

 Así, la Giraldilla se fue convirtiendo en el símbolo de la ciudad de La Habana, por tradición y por su historia, con matices de leyenda. La obra original, de unos 110 centímetros de alto, se conserva en el Museo de la Ciudad y una réplica se ubicó en lo más alto del castillo.

 

 

PAN A LA ESPERA DE GIRALDILLA

La Habana me está mirando
con ojos de yerbabuena.
Me aplaude. Aplaude la pena
de mármoles que desando
cada vez que lluevo. Cuando
me desangran los perfiles
del sol. Pero soy abriles
y me encamino a noviembre.
Disuelta flor unimembre
no puede oír mis candiles.


La Ciudad me está mirando
con labios de Prima Vera.
Y Nicolás desespera
por ver tanto verso blando
en este bastón de mando
fuera del tiempo. Ahora llueve
pero de otro modo leve
y brutal. La Habana ríe
y el báculo se deslíe
en un reguero de nieve.


La Habana me está mirando.
Su voz encoge los hombros
y yo busco en los escombros
un jardín de fuego. ¿Cuándo
apagó su llama el bando
azulado de septiembre?
¿No hay semilla que resiembre
su ojo verde de utopía?
Pero yo soy mediodía
y ya me cerca diciembre.


La Ciudad me está mirando
con serpentinas de diabla.
Desnuda sobre una tabla
de sándalo, asume el mando
de mi sexo. Va poblando
mi soledad de otro traje
de espejismos. Su equipaje
sin recato de sayuela
me va estrujando una estela
de seducción y de encaje.


La Habana me está mirando
con ojos de niña aviesa.
Mi semillero tropieza
con su bosque: Marlon Brando
no es el de entonces. Abando-
nada feliz da su unción
a mi asustada misión
de San Francisco de Asís.
(En el aire lleno mis
pulmones de Malecón).


La Ciudad me está mirando.
Y ya no sé si soy Pan
o el fantasma de Tristán
de Jesús Medina. Un bando
real me anuncia el nefando
epitafio de la espera:
Magdalena de Junquera
decididamente ha muerto.
Y yo me fundo en el puerto
porque La Habana no muera        (Pedro Péglez )

 

 

 

 

 

 

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