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MARILYN MONROE, ARTHUR MILLER Y LA CACERÍA DE BRUJAS

MARILYN MONROE, ARTHUR MILLER Y LA CACERÍA DE BRUJAS

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Zenia -

Arthur Miller o el cazador de cazadores

POR ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Cuando en 1956 Arthur Miller se casó con Marilyn Monroe y en La Habana, al igual que en muchos lugares del mundo, la noticia trascendió en los periódicos, un primo mayor, famoso en la familia tanto por sus abultados músculos como por los razonamientos cavernícolas de los que hacía gala, puso el grito en el cielo al considerar que una mujer como aquella debió tener como esposo a un actor capaz de interpretar a Tarzán, o cuando menos, el Marlon Brando de El salvaje. Pero nunca —recuerdo la exaltación de mi primo émulo de aquel Trucutú de los muñequitos— a un hombre "que escribía".
MILLER DE PASEO EN LA HABANA (2000).
—Eres la muchacha más triste que he conocido— confiesa Miller que fueron las primeras palabras que le brotaron al conocer a Marilyn. A lo que ella respondió bajando los ojos:
—Eso no me lo había dicho nunca nadie.
Mi primo con 20 años, y el niño de 11, estaban lejos de saber quién era el dramaturgo con espejuelos —el ya reconocido autor de Las brujas de Salem— que aparecía en el periódico abrazando a la rubia cinematográfica con más pretendientes cerebrales en el mundo.
Pero más allá del glamour propagandístico, que en todas las épocas se ha adueñado de no pocos entendimientos, en el campo de la inteligencia no faltaron las miradas pasmosas ante aquel matrimonio que insuflaba nuevos bríos a un viejo chiste relacionado con Albert Einstein: una mujer con un cuerpo suntuoso se le acerca al sabio para proponerle: "Se imagina usted la clase de criatura que podemos engendrar si nos casamos; una niña que herede mis curvas y de usted su mente". A lo que el genio de la teoría de la relatividad respondía sardónico: "¿Y si se equivoca la naturaleza y esa criatura lo que hereda son mis curvas y de usted su cerebro"?
De lo que si no cabe duda es que si alguien le ayudó a comprender a Marilyn Monroe que ella era un ser humano tal cual y no el mamífero de lujo en que la habían convertido, ese fue Arthur Miller. Decenas de libros se han escrito acerca de ella, pero sería difícil encontrar una definición tan exacta como esta que dejara el escritor de su esposa: "Una poetisa callejera que había querido recitar sus versos a una multitud ávida de arrancarle la ropa".
Muerto hace unos pocos días, a los 89 años de edad, Arthur Miller se destacó por una altísima sensibilidad puesta tanto al servicio del arte como de una militancia política comprometida con dos factores esenciales: la sinceridad intelectual y una mirada crítica puesta en tribunas del mundo al servicio de las ideas más justas, y que en su caso traspuso artísticamente —como pocos en su país— en lo que puede considerarse la contracara del mítico "sueño americano".
El clásico La muerte de un viajante, dado a conocer en 1949, le ganó las reverencias de las fuerzas progresistas y la rabia de los conservadores, solo porque el artista desnudaba las frustraciones e injusticias imperantes en una sociedad que trataba de hacer creer a cada ciudadano que la corona de un rey triunfador estaba al alcance de todos. El macartismo trató de acabar con él, como hizo con otros muchos, pero él le fue arriba a McCarthy no solo con la razón de su verbo frente al comité que lo interrogaba, sino escribiendo otro clásico, Las brujas de Salem, un pretexto metafórico relacionado con la cacería de supuestas hechiceras en el siglo XVII, en el que los ciudadanos de aquellos años cincuenta captaron el vínculo con la cacería de "rojos" impulsada por el senador de Wisconsin, y los ciudadanos del mundo de hoy vinculan, sin demasiado esfuerzo, con la cacería de "antipatriotas" que desde hace rato viene efectuando la Administración de Bush.
Entre lo que sucedió en la Casa Blanca en aquel entonces y lo que está sucediendo ahora, puede encontrarse una relación sorprendente en un artículo escrito por Arthur Miller en 1983, en el que refiere que McCarthy, con una fuerza arrolladora, "había paralizado al Departamento de Estado, intimidado al presidente Eisenhower e hipnotizado a toda la prensa del país". Y acentuaba Miller que el furibundo senador "había encontrado una veta de oro: puesto que él estaba total y furiosamente en contra del comunismo, todo aquel que se le opusiera estaba por fuerza en favor del comunismo, aunque solo fuese porque estaba en contra de McCarthy".
También en el compromiso del "ahora mismo" estuvo presente la posición crítica de Miller contra las mentiras y desmanes manipulados por la Casa Blanca (la "veta del terrorismo") para desencadenar la agresión a Iraq. Y en el 2000, no dejándose frenar por riendas prohibitivas, tomó un avión y llegó hasta Cuba, según dijo, "para tender puentes".
Trascenderá Miller junto a O'Neil y Tennessee Williams, ese trío de oro de la dramaturgia norteamericana. En su caso, porque sin ampararse en "estética marxista" alguna, supo aunar con un fuerte aliento en sus obras el papel de la sociedad en la conformación (y transformación) del individuo, muchas veces ajeno ese individuo a unas fuerzas ocultas que juegan con él como si se tratara de un monigote. Y al llevar "lo político" y "lo social" del mundo actual al más alto escalón de una expresión artística, lo hizo renovando la permanente significación humanística del mejor teatro.
Trascenderá Miller porque sin ser un Dios de las ciencias exactas en cada una de sus opiniones políticas, supo mantener una coherencia de justos principios en cada uno de los debates sociales y políticos en los que tomó parte, en este mundo nuestro tan necesitado de mentes brillantes comprometidas con el bien de la humanidad.
Vendrán nuevas Brujas de Salem —nadie lo dude— escritas y proclamadas a los cuatro vientos por el relevo de compromisos que se impone tras el último telón de este cazador de cazadores