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ESTRÉS. ¿ENFERMEDAD DEL SIGLO?

ESTRÉS. ¿ENFERMEDAD DEL SIGLO?

Todo indica que con  el estrés, como con los virus informáticos, tenemos que aprender a vivir los terrícolas.

Ciertamente que la palabra estrés es citada en todas las geografías, incluso, hay países en los que es casi una moda que las personas con posibilidades tengan su psicoanalista.

A los cubanos, no sé bien por qué, no les gusta recurrir ni a psicólogos ni a psiquiatras, y muchos decimos: yo soy mi propio psicoanalista. También en eso tenemos una elevadísima autoestima y generalmente catalogamos enseguida de loco a quien sabemos que recurre a esos expertos.

Recientemente veía un programa de la televisión cubana: De tarde en casa se llama, en el cual se entrevistó a un psiquiatra acerca del estrés. Al espacio  fueron invitadas una cantante y una animadora de televisión: mujeres con sobrecarga profesional y de diverso tipo.

Una de ellas confesó que vive permanentemente bajo estrés, pero que convierte cada una de estas situaciones –la mayoría por premuras de su profesión- en retos, en desafíos.

Muchos, sobre todo las mujeres, hacemos lo mismo en parecida situación. Desarrollamos numerosos mecanismos de operatividad y variantes para resolver la cotidianidad, entre ellos la creación de redes personales de ayuda en la que incluimos a todo aquel que nos pueda “echar una mano”, como se dice en el lenguaje popular, y en la  cual aparecen vecinos, amigos, compañeros de trabajo, los padres de amigos de nuestros hijos, una madeja solidaria.

Hay quienes dan prioridad solo a su trabajo, y la familia queda por detrás; otros colocan en primer lugar a la familia, tanto, que su trabajo se resiente; los hay que arriesgan hasta su propio empleo por una pasión; pero hay un grupo que intenta cumplir con todo; quizás es el que más se estresa, quizás igualmente sea el que tiene que convertir cada obstáculo en una meta.

Vivir bajo presión necesita de nosotros potencialidades y reservas internas, tal vez  desarrolladas desde la temprana juventud.

“Ahora muchos padres protegen a los hijos de los problemas familiares, de situaciones difíciles y quizás por ello cuando les corresponde desenvolverse ante un imprevisto, ven los caminos demasiado estrechos y buscan las salidas menos apropiadas”, comentaba una madre en una conversación informal.

No sabemos qué opinaría un experto. No resulta muy sencillo. En una oportunidad una psicóloga nos comentaba que a veces las madres jefas de familia, sin darse cuenta, recargan de tareas a sus hijos pequeños y les asignan elevadas responsabilidades para su edad, las que debería ocupar el padre, y ello, opinaba ella, no es prudente, pues la infancia es una etapa de la vida propia para el juego, la fantasía… ya la adolescencia requiere de otros manejos, que haya atención y cariño; pero sin sobreprotección, lo cual se enuncia fácil; pero no siempre se ejecuta correctamente.

Muchos sujetos recurren a prácticas enunciadas en manuales y guías de autoayuda para situaciones problémicas.

Escuchábamos en estos días a una mujer  que confesaba tener su propio libro para “descompresionar” y entre sus recetas practica: escuchar música relajante; compartir sus preocupaciones  con algún  amigo para sacarlas fuera, ver programas positivos en la televisión y dedicar algún tiempo, aunque sea mínimo, para desarrollar alguna actividad que le aporte placer.

Con el estrés hay que convivir, aunque también hay que contribuir a compartirlo entre los integrantes de la familia, cuando se puede claro.

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