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El revoloteo de mi pueblo. San Juan

El revoloteo de mi pueblo. San Juan

A él y a mí nos unen tantas preguntas de flores, como aquellas que solía colocar la abuela en su cabello después de tumbarnos en la yerba para escuchar la música de los pinares.

Ella hablaba de güijes que yo buscaba en la tinaja sin jamás encontrarlos. Juraba entonces que dormían bajo la buganvilla de las celebraciones y los encuentros familiares.

Descalza sobre la tierra húmeda, aquella niña que fui y que quiero seguir siendo - a pesar de relojes y hojas sobre la tierra- buscaba el contacto con la esencia de la vida.

A San Juan y a mí nos unen tantas historias, como la de aquel día en que pedí a mi madre que cortara mi larga y rubia trenza, que después descansó mucho tiempo en una gaveta a la espera de los asombros.

Quiso la buena fortuna que este 14 de marzo volviera a San Juan, esta vez no en brazos de la tristeza, sino del buen ánimo al ver que en el antiguo pueblo el hombre, a pesar de vendavales, vuelve a  levantar y crear.

Me alegró su pequeña cafetería remozada, con su horario extendido hasta las 11.00 de la noche y en la que no se vende ron para que las palabras no dejen de ser galantes y acariciadoras. También su mercado donde la gente compra lo necesario, hasta ramos de siempre vivas para alegrar la vista, como siempre lo hacen las flores.

Su playa Boca de Galafre, con sus casitas de madera casi recostadas al mar, aquellas que me traen de vuelta los últimos meses de mi embarazo, ese que no deja de crecer a pesar de sus 17 años.

En este pedazo de costa un ranchón, con precios asequibles, espera al viajero que visite la playa con un sencillo, pero acogedor restaurante remozado con la participación de artistas que dejaron su toque de buen gusto en las paredes y otros sitios de la estancia.

Y no vi lo feo en San Juan, aunque la austeridad marca sus esquinas. Encontré un rayo de luz en la nueva biblioteca, ésta que batalla por no perder su patio, el de las tertulias por venir, en las que los niños escucharán la historia de su pueblo quemado por sus habitantes ante la cercanía de las tropas españolas, el mismo que tuvo periódico en 1883, El Correo, y otro en 1885, Atalaya.

San Juan, conocido en el mundo por su famoso Hoyo de Monterrey, cuyo nombre lleva una marca de Habanos, y que hoy es cuidado como uno de los más importantes sitios de la memoria de los nacidos en este terruño.

Es la tierra de los Hermanos Saíz Montes de Oca, de Omar Linares, El niño linares, conocida estrella del deporte cubano.

En sus calles puedes reencontrarte con gente que te conoce y te recuerda, como siempre ocurre en los lugares pequeños, donde todos coincidimos alguna o varias veces en los mismos espacios: la secundaria urbana; “el plato frío”; el cine; el parque Martín Herrera, aquel amigo de Martí.

De aquí soy, aquí nací y viví. Es parte de mi vida y de las vueltas atrás y al presente de mi memoria.

Me gusta esa calle de palmas reales que junto al río da la bienvenida, ya sin crecidas peligrosas del torrente embravecido, cuyas aguas son reguladas entre las montañas, por allá, por donde él nace.

No sé bien por qué, pero dentro de mí canta una suave música.

Foto: Tomada de Pinarte

 

 

 

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