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La crítica

Por Edmundo Alemany Gutiérrez

Cierta vez el director de un periódico encontró en la calle al líder de una agrupación musical, criticada en su publicación.
-Chico, ¿sabes que hubiera querido comprar todos los periódicos el otro día?, dijo el músico.
-¿Y para qué los querías todos?, inquirió el directivo.
-¿Pa’ que va ser?, pa’ tener bastante papel pal baño.
Ante el reto, la respuesta fue: “Ya ves, sin embargo, a mi me gusta mucho tu orquesta”.
La crítica no gusta, por mucho que se diga lo contrario. Y me refiero a la hecha para intentar mejorar lo que anda mal, porque la otra no es crítica sino puñales, aunque algunos los lancen de frente.
En los casi 30 años de profesión todavía estoy esperando que aparezca un directivo de algo que diga: “Periodista, quiero decirle que vamos mal; que tenemos varios problemas y nos interesaría reflejarlos en un trabajo del periódico”.
El día que eso suceda, ¿se habrá acabado el mundo?
Pero no seré tan absoluto, sólo quisiera encontrar a más individuos que desde un puesto de dirección al ser rozados por un señalamiento no se pusieran verdes de ira. Esa es una categoría de molestia superior a esa que se denomina rojo de ira, porque suele aparecer en aquellos que no asimilan que se les diga ni lo más mínimo sobre la actividad que realizan.
Para los que no gustan de la diatriba hay un pensamiento –de autor anónimo- que les va como anillo al dedo: “La crítica es el arte de encontrar razones para no admirar”. Dicho así es la justificación de lo mal hecho llevada casi a categoría filosófica.
Y precisamente, buscando en un diccionario filosófico, encuentro que la crítica y la autocrítica se definen como: “Procedimiento para descubrir y superar los errores e insuficiencias en la actividad de los partidos marxistas y otras organizaciones de los trabajadores”.
Hay más sobre el asunto: “Con la victoria de la revolución socialista, la crítica y la autocrítica se convierten en una de las principales fuerzas motrices del desarrollo de la sociedad”.
Y durante años esos principios se han intentado inculcar, y más que eso arraigar, en nuestro sistema en construcción.
Pero hay reticencia por una mayoría a ser criticados: lo mismo la rechaza el administrador de una panadería cuyo producto no hay quien se lo coma que el escritor de una telenovela nacional que no hay quien siga por insulsa e increíble.
El administrador se defiende como puede y esgrime una y mil excusas, y al final posiblemente le eche la culpa al imperialismo, por aquello del bloqueo y las dificultades con los productos para hacer el pan. Para no dirá que él se hace de la vista gorda para que sus trabajadores le “resuelvan” un poquito de harina, o de manteca o de levadura a un “infeliz” que “vive” vendiendo empanadas.
El escritor es otra cosa: se atrincherará en que quien lo critica no sabe nada de dramaturgia, de puesta en pantalla, y de quién sabe cuántos tecnicismos; y argumentará que pese a la crítica su telenovela es el espacio más seguido por la teleaudiencia, aunque no dirá de dónde sacó las estadísticas que lo aseguran.
La cuestión será para unos y otros no dejarse tocar ni con el pétalo de una rosa.
Recuerdo de los estudios de marxismo –algo que está vigente en nuestra sociedad- que a la crítica y a la autocrítica hay que verlas como una forma de poder manifestar y resolver las contradicciones que surgen en la construcción de una sociedad nueva.
Pero sucede que una cosa dice la teoría y otra la vida, por lo que se hace cada vez más difícil que los humanos –aunque nos desarrollemos en una sociedad como la nuestra- nos acostumbremos a ser “tocados” por nuestros errores. Y como se nos permite la defensa, y apenas se le va a la contraria a quien se bate como un buen mosquetero, la crítica no pasa al plano que debe: el de ayudarnos a mejorar.
Criticar puede ser equivalente a crecer cuando se hace con sanos propósitos.
José Martí, alguien que no tuvo una formación marxista pero si extraordinariamente humanista y realista para cualquier tiempo, afirmó: “No ha de temerse a la sinceridad; sólo es tremendo lo oculto”.
Y muchos critican desde lo oscuro: desde los pasillos o a través de bolas echadas a rodar siempre con malsana intención; desde el apoyo en personas sin capacidad para comprender que son utilizadas o desde anónimas denuncias, en las que mucha mentira suele mezclarse con pizcas de verdad.
Esos son, por lo general, como las moscas: primero se posan en las inmundicias para luego volar hasta lo limpio y tratar de contaminarlo. Pero, ¿qué puede una mosca sobre una sábana blanca?

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YA SÉ -

El periodismo también es eso, denuncia de lo mal hecho.