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VIDEO ARTE y DENUNCIA A PINOCHET

VIDEO ARTE y DENUNCIA  A PINOCHET

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Zenia (Noticias de arte y polìtica) -

VIDEO ARTE y DENUNCIA A PINOCHET

Por Rodrigo Alonso
Revista de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños: http://www.miradas.eictv.co.cu/i

Cuando los artistas comenzaron a utilizar el video, su lugar dentro del mundo del arte no era todavía demasiado claro. Cualquier producción realizada por un artista con una videocámara fue considerada una obra de arte en el marco de una nueva categoría denominada “video de artista”. No importaba si se trataba de la documentación de una performance, de una visión lírica de la realidad o del resultado de la manipulación electrónica de imágenes; la presencia de un artista detrás de la cámara fue suficiente para considerarla una pieza artística.


Durante los ochenta, el video arte fue caracterizado más específicamente como una experimentación estética a partir de material audiovisual electrónico. Esta vertiente experimental se separó de los otros usos del video y generó sus propios circuitos de exhibición, como muestras y festivales. Algunos artistas se volvieron referentes del género, y un grupo especializado de críticos y curadores apoyaron la autonomía del nuevo medio.


Sin embargo, en los últimos años podría decirse que el video arte ha ingresado en un proceso de desdefinición, y esto por varios motivos.
Por una parte, la tecnología digital ha expandido sus capacidades, pero al mismo tiempo la ha confrontado con las nuevas formas digitales. El video de creación convive ahora con el net.art y el streaming, la animación digital y los CDs y DVDs interactivos. La mayoría de los festivales se han transformado en exhibiciones de media art donde el video arte es sólo una de las múltiples formas de la producción electrónica.


Por otra parte, el video arte se expande entre los artistas visuales, pero el acercamiento de éstos al medio reniega —en general— de su especificidad e historia. La mayoría de esos artistas se mueven fácilmente en el circuito de museos, galerías y bienales —donde las video instalaciones son preferidas a las piezas monocanal—, mientras a los artistas formados en el ámbito del video experimental les cuesta hacerlo.


Finalmente, la introducción del video en la industria cinematográfica ha seducido a muchos artistas a probar suerte en el mundo del cine, abandonando el campo de la experimentación electrónica.


América Latina no es una excepción dentro de este panorama. El mismo proceso se evidencia en el interior del circuito de su video arte, construido con dificultad durante los ochenta y principios de los noventa. VideoBrasil —el festival más antiguo del continente— incluye hoy toda clase de producciones electrónicas, mientras los festivales nacidos en los noventa, como la Bienal de Video de Santiago de Chile y el Festival Internacional de Video Arte de Perú se han desplazado rápidamente del video de creación al arte electrónico. Eventos dedicados únicamente al video, como el Festival Franco-Latinoamericano de Video Arte y el Festival de Video del Cono Sur, han desaparecido.


Simultáneamente, un número creciente de artistas latinoamericanos exhiben video en exposiciones producidas por galerías y museos; muchos de ellos, incluso, han sido representantes nacionales en bienales de arte y otros eventos internacionales. Algunos han tenido anteriormente una presencia destacada en festivales de video arte, como Eder Santos y Lucas Bambozzi (Brasil), Gabriela Golder, Marcello Mercado y Charly Nijensohn (Argentina) o Manolo Arriola y Ximena Cuevas (México), por sólo mencionar algunos. Otros han oscilado siempre entre los festivales de video y las exposiciones artísticas, como José Alejandro Restrepo (Colombia), Carlos Trilnick (Argentina), Rosângela Rennó (Brasil), José Antonio Hernández Diez (Venezuela) o Lotty Rosenfeld (Chile).


Algunos videos chilenos son paradigmáticos del último caso. En un país donde el responsable por la muerte, tortura y desaparición de personas durante los setenta —Augusto Pinochet— pertenece todavía al gobierno, y donde tanto las clases dirigentes como un amplio sector de la sociedad luchan para borrar la memoria de esos años, la insistencia de Guillermo Cifuentes, Claudia Aravena, Edgar Endress y Lotty Rosenfeld por recordar ese tiempo no puede entenderse únicamente como una elección estética, sino principalmente como un posicionamiento político: una acción afirmativa por la memoria en un país que presiona por olvidar.


La confrontación del pasado y el presente es central en la obra de muchos artistas. José Alejandro Restrepo ha recurrido a la historia colombiana en sus videos y video instalaciones, para descubrir las raíces históricas de algunas prácticas cotidianas actuales. El uruguayo Pablo Uribe ha indagado frecuentemente en la influencia de la tradición en el imaginario histórico, mientras Álvaro Zavala ha confrontado la vida despreocupada de la juventud peruana acomodada con la negación del legado Inca.


En los últimos años, un grupo de artistas argentinos ha trabajado con las imágenes de los violentos incidentes que estallaron tras la crisis institucional de 2001, al tiempo que algunos realizadores de video han recuperado la tradición del cine militante en una serie de videos activistas. El documental posee una larga tradición en el cine de América Latina y todavía es la base del trabajo de muchos artistas, como Iván Marino y Hernán Khourián.


La mirada política se construye de una manera diferente en el trabajo de algunos jóvenes artistas. Éstos prefieren la parodia y la ironía para denunciar o dar testimonio, para exponer conflictos sociales o criticar estereotipos. Esta es la aproximación elegida por los mexicanos Yoshua Okon y Minerva Cuevas para reflexionar sobre el autoritarismo y la violencia, o por el uruguayo Martín Sastre para materializar su comentario sobre las desventajas de los artistas del Tercer Mundo en los circuitos artísticos internacionales. Gastón Duprat y Mariano Cohn han cultivado un punto de vista profundamente sarcástico en relación a algunas actitudes y comportamientos típicamente argentinos, mientras Priscila Monge se ha centrado en los estereotipos y clichés para indagar la posición de las mujeres en la sociedad contemporánea.