Parábolas de la memoria
Nunca he sabido qué es más hermoso. Si enamorarse del amanecer desde mi ventana
cuando el azul y los rosados pugnan en el cielo irradiados por el sol; o cazar los
atardeceres cuando el mar se traga al astro rey al final de la línea en la que concluye el
alcance de nuestra mirada. Espectáculo único, de breves segundos y a cuya
contemplación nos aficionamos cuando vivimos junto al malecón en una residencia estudiantil, casa de todos los guajiros que llegaban a La Habana para estudiar, y ella, romántica y deslumbrante nos acogía en una época de bonanza, los 80.
Algún poeta dijo que La Habana tiene un misterio, así sigue siendo, a pesar del tiempo y de otros amaneceres.
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