Los girasoles de Flora Fong. Cuba
Como una rareza botánica son vistos los girasoles, quizás por esa conexión siempre en busca de la luz. Todo un lenguaje entre la tierra y los astros desde remotos almanaques.
De niña recuerdo que de tiempo en tiempo aparecía un girasol en el jardín de nuestra simple casa. Las manos tibias de mi madre lograban su presencia, pero después desaparecía.
“Guardaré las semillas para volver a sembrar”, decía ella. Acabo de recordárselo mientras escogemos juntas el arroz. Se encoge de hombros y sonríe. Me mira curiosa.
-“¡No querrás sembrarlos ahora en el balcón del edificio¡, aquí no se darían”.
-¡Quién sabe¡, le respondo.
Este sábado en la noche entre todos los entrevistados en una vigilia que pidió justicia en el caso de cinco Prisioneros cubanos en Estados Unidos llamó nuestra atención la respuesta de la artista Flora Fong: “Pinto un girasol”.
Nos agradó su concisión, sin guión preconcebido, espontánea como el agua.
Recordamos entonces que en una entrevista que le hicieran describían que en una pared de su amplísima casa en Ciudad de La Habana colgaba una foto de Polo Montañez, aquel guajiro que no temía al ridículo y que por su naturalidad- mayor que toda su calidad musical- ganó, sin proponérselo, un lugar en la memoria de la nación.
Son tantos los momentos en que sobran las palabras. Vale su peso en oro – de vuelta a la moda desde su falsedad- la tijera que recorta los adornos, lo superfluo.
Vale un girasol y el intento por cultivarlo en un balcón, ahora que no es tiempo de begonias y corren días en que los niños ya han visto en sus libros escolares las pinturas de un tal Van Gogh.
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