Cuba. La utopía de Raúl Roa
En el aniversario de Raúl Roa
Autor: Mercedes Santos Moray | Fuente: CUBARTE | 18 de Abril 2009
Cuando caracterizaba a sus compañeros de generación (y se autocalificaba también, con esa proverbial mezcla de ironía y de humor tan suyas), Raúl Roa García afirmaba que él era el más simpático de aquel huracán de los años 30, cuando la cultura cubana en el siglo XX contó con uno de los momentos más intensos, en medio de polémicas no ausentes de contradicciones, y con aquella tercera década también se iniciaba, en nuestra historia, la contemporaneidad, dejando atrás los valores y códigos finiseculares, y asumiendo en lo estético y en lo político el espíritu de las vanguardias.
Tuvo todos los elementos para haberse realizado dentro del mundo académico, del cual fue un destacadísimo exponente, y así habla su presencia en la docencia universitaria desde su propia juventud, tanto como su profusa papelería que igualmente le entregaba el perfil de su otro horizonte, el del periodismo que él también cultivó no sólo con coraje y valentía, sino con agudeza, lucidez y cultura.
Sin embargo, aquel hombre talentoso e inteligente, voraz lector que devoraba la información no en sentido mimético, sino en cuanto al análisis y la síntesis que siempre avalaron en su obra y existencia la capacidad del ejercicio del criterio y del pensamiento propio, fue igualmente un luchador, un combatiente que se alzó, junto a sus camaradas, del brazo de su entrañable Pablo de la Torriente Brau para compartir la cárcel, el presidio, el exilio y los ideales, mientras se convertía, además, en el cronista por excelencia de aquellas jornadas contra Machado, y en uno de los más abarcadores biógrafos, porque al escribir sobre los personajes, tan próximos a su vida, como Rubén Martínez Villena, no sólo nos entregaba al hombre, al revolucionario y al intelectual, sino el perfil y la atmósfera de toda una época, sin edulcoraciones ni falacias.
Quiso la casualidad, por esas coincidencias de la historia, que naciera el 18 de abril, noventa años después de otro natalicio de nuestra nación, me refiero al de Carlos Manuel de Céspedes con quien compartió, salvando las diferencias entre sus espacios y tiempos, la misma voluntad acerada, el nervio y el ímpetu para asumir los riesgos, enrolarse en las más complejas y difíciles empresas políticas, sin dejar de ser como lo fueron tanto Roa como Carlos Manuel, hombres de la cultura.
Y si aquel muchacho escuálido, al que solía evocar amorosamente su compañera Ada Kourí, de imagen quijotesca y adarga en ristre, fue un transgresor, no perdió ni el acento ni el tono, y mucho menos el sendero de la utopía, que era para Raúl Roa el de la justicia y el antimperialismo, y fue en la madurez e, incluso, en la ancianidad, uno de los exponentes más radicales y verticales de la intelectualidad cubana del siglo XX, armado de una palabra electrizante y de una vasta cultura que le permitían no sólo desde la escritura, sino desde la propia oralidad, ser uno de los más apasionados tribunos como lo recuerdan las aulas de la Universidad de La Habana y la Plaza que hoy se llama como el Mayor Ignacio Agramonte, escenario de aquel encuentro que sostuvo el maestro de todos con los que entonces éramos sus alumnos, a cielo abierto, mientras nos “bombardeaba” con sus parrafadas y su elocuencia, a la manera martiana.
Otro elemento debemos destacar en Roa cuando llegamos al aniversario de su natalicio, y es cómo supo apropiarse del método de Marx, en sus análisis, sin caer ni descender por la cuesta del dogma, siempre creador e iconoclasta, hombre de pensamiento propio, alimentado por dos vías, la de la existencia y el compromiso cívico, y la de una búsqueda incesante de estudio y análisis de las más disímiles fuentes y corrientes de las Ciencias Sociales.
Sus ensayos sobre José Martí, tanto los escritos en su juventud como aquellos que elaboró ya en la madurez, y las múltiples referencias que realizó del Apóstol, demuestran también el nivel de información y la meditación que realizó sobre la vida de Martí y el conocimiento profundo, no epidérmico de su obra.
Raúl Roa descuella, dentro de la historia literaria cubana por el cultivo de la prosa, aunque fuese un apasionado lector de poesía, medio que le sirvió para el cultivo del periodismo político, del ensayo histórico y social, y también del género biográfico al que ya me he referido, así como y esto suele olvidarse, en su vertiente de crítico literario, todo lo que además se realizaba con el dominio del idioma, al que enriquecía con neologismos y cubanismos, muchos de su cosecha más personal, con la misma voluntad de estilo de un clásico de la lengua, vehemente siempre en la expresión directa, articulado el pensamiento reflexivo desde la semilla fundamental de su poética, la ironía que le permitió también expresar en cada uno de sus textos esa concepción del mundo de raigal formación filosófica y ética que lo inscribe en la continuidad de la obra, dentro del ensayismo cubano, de quienes fueron sus maestros, me refiero al legado de Félix Varela, de José Antonio Saco, de José de la Luz y Caballero y, naturalmente, al que fue su mentor espiritual, José Martí.
Tomado de:
http://www.cubarte.net/paginas/actualidad/opinion.detalle.php?id=7896
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