El trópico y el amor
Que en pleno siglo XXI en la era de la nanotecnología haya una escribanía de cartas de amor en una ciudad es confirmar lo real maravilloso en el trópico, el mismo en el que se envía un helicóptero a rescatar a una embarazada atrapada en medio de un vendaval.
Parece la isla un lugar para la hipérbole cocida bajo las pasiones al más rancio estilo quijotesco en el que la realidad supera las páginas de los folletines de moda.
Algo beben de la leche materna los niños de todas las épocas en este pedazo del Caribe donde cualquiera dibuja apuntes del mundo que es o del que quisiera.
Hasta una esquina derruida, o un segmento roto en una escalera pueden ser inspiradores de una obra de amor, ese que va más allá de la atracción por la pareja y que se empeña en hermosear la vida porque verla en azul, como Rubén Darío, siempre será la salvación de toda alma.
Incluso algunos filósofos hablan de la paz alcanzada por el espíritu cuando se es capaz de traspasar todas las puertas del mundo real, como si solo consumido en su propio fuego el hombre renaciera como el ave fénix.
Viven los Grafittis en el reino interno de muchas almas, aunque lo nieguen y se aferren a la coraza externa del descreimiento.
En Sancti Spíritus una poetisa, Liudmila Quincose, escribe cartas de amor por encargo, edifica ilusiones y llena vacíos. ¿Se inspiraría en ella el guión de la película Nada?, quien sabe.
Y es que aunque el pan es necesario, no solo de él viven los humanos, por eso es hermosa la iniciativa del concurso nacional para cartas de amor, sentimiento que inspiró a hombres y mujeres de la historia y la cultura nacional: Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, José Martí, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Dulce María Loynaz.
Pero acaso el amor no sigue vivo hoy en las piernas del muchacho que pedalea con la novia en la parrilla de la bicicleta, mientras juntos entonan alguna canción de Buena Fe.
¿Y no es un acto de amor que después del desamor la amistad quede intacta y colapse toda perfidia?.
Bienaventurados quienes alguna vez en su vida padecieron ese mal que no hará estragos en ninguna boca calle salvo alguna sonrisa incrédula y algún que otro gladiolo vistiendo un jarrón.
Hasta en lo folclórico de los suburbios cuando alguien defiende a quien ni conoce y le extiende una mano, o le regala una sonrisa sincera, en ese cotidiano acto de dar algo a un semejante, también en él establece el amor su reinado.
Otros lo practican con hechos más allá de la belleza de las palabras y sencillamente se dan en un proyecto que abre sus puertas a otros, como esos científicos que prueban en su propio cuerpo las primeras vacunas, o como los zapadores que despejan el camino a los otros.
Y si este 14 de febrero aumentan los lectores en las bibliotecas en busca de las cartas de amor del Mayor dirigidas a Amalia Simoni, algo hermoso estará ocurriendo en Vueltabajo, el suspiro de dios, como le llamó Dulce María Loynaz.
POEMAS CON VOZ
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