ASESINADO POR TENER UNA MAESTRA EN CASA
La banda contrarrevolucionaria de Francisco Robaina Domínguez (Machete) -que contó con el apoyo de la CIA- cometió repugnantes crímenes en Pinar del Río, Cuba, que no deben pasar al olvido
Cuando escuchó los disparos tuvo una corazonada: Habían matado a su padre. La familia lo había buscado todo el día y parecía como si la tierra se lo hubiera tragado.
Pero a Benigno Álvarez Álvarez lo habían llevado por la fuerza a un encuentro con la muerte.Su hija, 40 años después, llora cuando recuerda aquella tragedia que dejó marcada por siempre a la familia. Se recuesta al respaldar del silloncito en su humilde morada de tablas viejas y carcomidas, en Candelaria, Pinar del Río, y de momento no puede seguir hablando.
Su hijo, Gerardo Montes Álvarez, de 38 años, quien ha hurgado en documentos y testimonios sobre la forma en que murió su abuelo, le toma una mano y continúa el relato:
“Eso fue el 17 de febrero de 1962. “Nino”, mi abuelo, era una persona sin partido político, sin cargos ni responsabilidades, era un sencillo trabajador que se ganaba la vida guataqueando y cortando caña.
“Al triunfar la Revolución ve las diferencias en la atención a los campesinos, a quienes le entregan la tierra y les dan empleo. Durante muchísimos años había padecido de hemorroides y no se había podido atender, poco antes de que le asesinaran fue operado gracias a los beneficios del sistema de salud.
“Todos en el barrio conocían su postura a favor del nuevo proceso. En la bodega decía: ‘A mí por Fidel hay que matarme’.
En la finca donde vivía, llamada Laborí, en Candelaria, llegaron a ubicar a dos alfabetizadoras y él dio su consentimiento para alojar a una de ellas en su casa y compartir con su amplia familia lo poco que tenían. “Varios de los que integraron después la banda contrarrevolucionaria de Francisco Robaina Domínguez (Machete) vivían en la zona y hasta jugaban dominó en casa de mi abuelo, por eso sabían bien cómo pensaba.
“Hasta el propio cabecilla fue una noche a tomar agua, vestido de civil. Tiempo después Nereyda, mi madre, Yeya, como le dicen, vio una foto de él y lo reconoció.
“La noche antes de su muerte mi abuelo fue al patio junto con mi tío Martín Álvarez pues escuchó un ruido. Llegaron hasta el cañaón del río cercano y divisaron a un hombre que se les escapó.
“Nino todas las mañanas salía con un taburete, un cubo con agua y una soga para ordeñar la vaca. El día fatal no cumplió esa rutina , pues fue a buscar los mandados a Barracones y regresó en un tren que cargaba caña.
“Cuando retornó fue a buscar al animal, pero no lo encontró. Le tendieron una trampa pues parece que sabían muy bien todo lo que hacía a diario. Tenían la vaca escondida en el cañaón del río y cuando él se apareció allí, lo sorprendieron.
“El cabecilla contrarrevolucionario–según se supo en los interrogatorios de sus compinches - andaba ese día vestido de verde olivo y con grados de capitán y le preguntó a mi abuelo si había visto a los alzados, y él le respondió que si los veía le avisaría a la Milicia.
“Entonces tratan de que se pronuncie contra Fidel y la Revolución y él no lo hace. Lo llevan a casa de un campesino desafecto que vivía en la zona. Lo amarraron a un taburete con su propia soga y allí lo tuvieron hasta la una de la tarde. Le brindaron sopa y él no quiso. Les dijo que no lo mataran, que tenía varios hijos, uno de ellos de siete años.
“Lo amordazaron y lo metieron debajo de la cama. Mi tío llegó a la casa de ese vecino y le preguntó a la mujer del hombre si había visto a Nino, y ella le dijo que no. Seguro que los alzados estaban dentro de la casa.
“A las siete de la noche lo sacaron y lo llevaron para un bosque que tenía un claro en el centro y allí había una palma. Lo amarraron a ella y la gente de la banda le dispararon. Lo acribillaron a balazos, pero no dijo ni una sola palabra contra la Revolución.
“Después de los disparos se avisó a las milicias, pero no lo hallaron. Al día siguiente un vecino que salió a buscar su caballo descubrió el cuerpo renegrido. Cuando las autoridades fueron allí tenía los intestinos colgándole por encima de la soga. Fue un ensañamiento”.
SU HIJA
Yeya, la hija, tenía 19 años cuando el asesinato de su padre, y tuvo que sufrir también dos meses después la muerte de su madre, quien a raíz del sangriento hecho se negó a comer.
Cinco hijos quedaron huérfanos, varios eran menores. Ella era la segunda.
“Tuvimos mucho apoyo -narra- por parte de las autoridades. Vinieron de La Habana a llevarnos a estudiar para allá, pero ninguno quiso irse de aquí.
“Entonces autorizaron a trabajar hasta a los que eran menores de edad para que ayudaran a la familia a mantenerse. Tiempo después el más chiquito murió en un accidente de tránsito. En iguales circunstancias, pero en fecha diferente, falleció otro”, recuerda mientras inclina la cabeza y su entrecejo se frunce.
La vida la llevó recio.
NOTA. En la foto Yeya y su hijo
1 comentario
Anónimo -
Espeluznante lo que se hace siempre contra las revoluciones y quienes intentan promover cambios sociales.