Mozart antes que el reguetón
El beneficio de la música de Mozart en la ampliación de la capacidad intelectual da que hablar desde los años 50. El francés Alfred Tomatis había notado influencias positivas de la música de Mozart en el tratamiento de niños con todo tipo de problemas, especialmente de aprendizaje.
En 1991 publicó el libro Pourquoi Mozart, pero sus trabajos carecían de rigor como para ser tomados en serio
En 1993, tres investigadores del Centro de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria de la Universidad de California en Irvine publicaron un artículo en la prestigiosa revista Nature. El artículo se titulaba Música y ejecución en tareas espaciales y, a pesar de que ocupaba menos de una página, supuso el comienzo de todo un fenómeno científico y social sin precedentes.
Los investigadores expusieron a sus sujetos de experimentación a tres condiciones distintas. Un grupo escuchó durante diez minutos la Sonata para Dos Pianos en D Mayor (K448) de Mozart.
Otro grupo escuchó una grabación con instrucciones para relajarse, también durante diez minutos. El tercer grupo se mantuvo, durante el mismo tiempo, en situación de absoluto silencio. Inmediatamente después de cada una de estas tres condiciones, los sujetos debían realizar tareas que medían su inteligencia espacial. Los resultados fueron sorprendentes.
Aquellos sujetos que habían sido expuestos a la sonata de Mozart obtenían puntuaciones ostensiblemente mejores en las pruebas de inteligencia espacial que los otros dos grupos. Los efectos eran sólo temporales, ya que más allá de unos 10 a 15 minutos, los tres grupos no diferían entre sí. Pero la conclusión era muy evidente: escuchar a Mozart es beneficioso para nuestro rendimiento intelectual, particularmente en tareas de razonamiento espacial. El efecto Mozart había nacido para la Ciencia.
Después vinieron otras investigaciones. Con gran asombro, se fue descubriendo que sujetos con epilepsia severa presentaban menor cantidad de descargas epilépticas tras escuchar unos minutos a Mozart, o que pacientes con enfermedad de Alzheimer veían mejorar su ejecución en tareas de inteligencia espacial.
Otro descubrimiento fue que niños con edades entre los 3 y los 12 años mejoraban enormemente su capacidad de razonamiento espacial si recibían clases de música, sobre todo si el material didáctico incluía de forma preferentemente piezas de Mozart.
También se fueron definiendo cuáles eran las características que hacían de la música de Mozart ideal para conseguir estos efectos. Tras comprobar que otros tipos de música, incluidas la pop de los años 30 o la música de relajación, no tenían efectos, se llegó a la conclusión de que las composiciones debían tener un alto grado de periodicidad a largo plazo para ser efectivas.
No faltaron detractores. Se empezó a decir, por ejemplo, que el efecto era consecuencia de los cambios de humor que provoca la música. Escuchar a Mozart induciría un estado de ánimo positivo en algunos sujetos, y se sabe desde hace tiempo que en ese estado se trabaja y se rinde mucho mejor. Por eso, si esta situación emocional no se consigue en algunos sujetos, el efecto Mozart no aparece.
Hubo una fiebre de seguidores. En algunos estados como Florida se hizo obligatorio que los niños más pequeños escucharan música clásica cada día en las escuelas públicas.
A la luz de hoy ni los unos ni los otros se ponen de acuerdo, aunque sería perfecto que el Efecto Mozart fuera cierto.
En 1991 publicó el libro Pourquoi Mozart, pero sus trabajos carecían de rigor como para ser tomados en serio
En 1993, tres investigadores del Centro de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria de la Universidad de California en Irvine publicaron un artículo en la prestigiosa revista Nature. El artículo se titulaba Música y ejecución en tareas espaciales y, a pesar de que ocupaba menos de una página, supuso el comienzo de todo un fenómeno científico y social sin precedentes.
Los investigadores expusieron a sus sujetos de experimentación a tres condiciones distintas. Un grupo escuchó durante diez minutos la Sonata para Dos Pianos en D Mayor (K448) de Mozart.
Otro grupo escuchó una grabación con instrucciones para relajarse, también durante diez minutos. El tercer grupo se mantuvo, durante el mismo tiempo, en situación de absoluto silencio. Inmediatamente después de cada una de estas tres condiciones, los sujetos debían realizar tareas que medían su inteligencia espacial. Los resultados fueron sorprendentes.
Aquellos sujetos que habían sido expuestos a la sonata de Mozart obtenían puntuaciones ostensiblemente mejores en las pruebas de inteligencia espacial que los otros dos grupos. Los efectos eran sólo temporales, ya que más allá de unos 10 a 15 minutos, los tres grupos no diferían entre sí. Pero la conclusión era muy evidente: escuchar a Mozart es beneficioso para nuestro rendimiento intelectual, particularmente en tareas de razonamiento espacial. El efecto Mozart había nacido para la Ciencia.
Después vinieron otras investigaciones. Con gran asombro, se fue descubriendo que sujetos con epilepsia severa presentaban menor cantidad de descargas epilépticas tras escuchar unos minutos a Mozart, o que pacientes con enfermedad de Alzheimer veían mejorar su ejecución en tareas de inteligencia espacial.
Otro descubrimiento fue que niños con edades entre los 3 y los 12 años mejoraban enormemente su capacidad de razonamiento espacial si recibían clases de música, sobre todo si el material didáctico incluía de forma preferentemente piezas de Mozart.
También se fueron definiendo cuáles eran las características que hacían de la música de Mozart ideal para conseguir estos efectos. Tras comprobar que otros tipos de música, incluidas la pop de los años 30 o la música de relajación, no tenían efectos, se llegó a la conclusión de que las composiciones debían tener un alto grado de periodicidad a largo plazo para ser efectivas.
No faltaron detractores. Se empezó a decir, por ejemplo, que el efecto era consecuencia de los cambios de humor que provoca la música. Escuchar a Mozart induciría un estado de ánimo positivo en algunos sujetos, y se sabe desde hace tiempo que en ese estado se trabaja y se rinde mucho mejor. Por eso, si esta situación emocional no se consigue en algunos sujetos, el efecto Mozart no aparece.
Hubo una fiebre de seguidores. En algunos estados como Florida se hizo obligatorio que los niños más pequeños escucharan música clásica cada día en las escuelas públicas.
A la luz de hoy ni los unos ni los otros se ponen de acuerdo, aunque sería perfecto que el Efecto Mozart fuera cierto.
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