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Los duendes de Nersys Felipe

Los duendes de Nersys Felipe

El  jurado del Premio Casa de las Américas, fundado en 1959, analiza más de 600 obras desde el pasado dos de febrero.

La escritora pinareña, Nersys Felipe, (Cuentos de Guane, Román Elé, Maísa, Corazón de libélula) tiene en su haber dos premios Casa de las Américas.

Sus valoraciones acerca de la familia, la fantasía, la influencia del paisaje pinareño en la creación de sus personajes, aparecen en esta entrevista que le realizamos hace unos dos años y que recordamos con mucho cariño:

Los duendes de Nersys Felipe

Por Zenia Regalado

De su vieja máquina brotan los duendes. Esos que descansan en su nuevo libro y que le harán compañía a sus ya famosos Román Elé, Cuentos de Guane y Maísa.

 

Anele, la editora de la nueva obra, nos confesó que lloraba mucho leyendo el volumen y no sabía por qué tanta ternura le desbordaba el alma.

 

Quizá no haya nada más parecido en el mundo que la espera de un niño y de un nuevo libro.

 

La muchacha estaba embarazada cuando Ediciones Unión  puso en sus manos el original de Corazón de libélula y otros duendes y duendas —aún sin publicar— de la escritora pinareña Nersys Felipe.

 

La ganadora del premio Casa de las Américas en dos oportunidades, nos recibió una de estas tardes en la intimidad de su hogar, en Virtudes 178, este, en la capital de la provincia más occidental de Cuba, Pinar del Río.

 

En la vieja casa que le vio nacer hace 70 años desató sus musas y recuerdos meciéndolos sobre un sillón, cercano a un antiguo espejo.

 

Nos parecía que estábamos en la morada de los cuentos. Quién sabe si andábamos tras los pasos de la felicidad, a veces tan cercana y por ello imperceptible, inatrapable.

 

En este siglo que se dice postmoderno, ¿qué lugar le da usted a la fantasía?

 

—Vi en la televisión a un anciano paquistaní rodeado de niños sin familia y sin casa. Bueno, eso es lo que les quita un terremoto, y salud de cuerpo y alma, cuando los deja con vida. ¿Y sabes qué? Se veían tan a gusto que parecían no haber perdido nada. Y aunque el cronista no lo dijo, supe que lo que el anciano les contaba eran las historias fantásticas de su tierra. La fantasía es un espacio ilimitado, infinito y preñado de cambiantes y fabulosos aconteceres, que sin ser reales, de lo real parten. Entramos a él de casualidad o a propósito, de sus sucederes somos espectadores o partícipes, pero siempre lo dejamos con el corazón enriquecido y el deseo de un pronto regreso. En este siglo que se dice postmoderno, seguimos necesitando ese espacio como lo necesitó en sus albores la humanidad para explicarse lo inexplicable. Nunca podremos prescindir de él, porque caminaríamos hacia esa seca estrechez de pensamiento que empobrece el espíritu y asfixia la imaginación.

 

¿Hoy su infancia le duele o le alegra?

 

—Mi infancia me alegra, porque me dio más bueno que malo. Me dio, por ejemplo, el gusto por la lectura: la enciclopedia de mi abuelo fue mía, aun antes de saber leer, y los días de reyes y cumpleaños, él y mi padre me regalaban libros; guardaba libros en el sótano de la Junta de Educación de Guane y mi abuelo nunca me los negó; y para que me los llevara a casa, mis monjas maestras me prestaban los suyos, de atractivas tapas, letra grande y nítida y láminas en colores.

 

“Y yo me encantaba con la historia que cada uno me contaba y lo devolvía enseguida para que me prestaran otro. Soy la mujer que aprendí a ser de niña, con virtudes, pero también con defectos y limitaciones, pues no todo es color de rosa ni aun en la más feliz de las infancias. Baste decir que por miedo al infierno tuve pesadillas que todavía recuerdo, pero de las que no quiero hablar”.

 

Si los adultos recordaran su infancia, ¿serían mejores padres y abuelos?

 

—Sin duda lo serían. Y lo sé por mí y mi nieta Cecilia. Apenas la dejo jugar si escribo, porque me desconcentra; no la saco al portal, porque la cocina me espera; ni tampoco de paseo, porque tendría que ponerme la ropa de salir y cada día me gusta menos ponérmela. Pero el día que recordé mis cinco años, los mismos que tiene ahora Cecilia, me atreví a tijeretear un mosquitero, y no tan viejo por cierto, para inventarle un velo y una cola de novia. Aquel día decidí recordar más a menudo mi infancia, porque en un abrir y cerrar de ojos, Cecilia crecerá y nuestro mosquitero-traje de novia, el de mi felicidad y su deslumbramiento, pasará a ser solo un recuerdo. Aunque quizá lo guarde con una nota: Para que se lo regales a tu hijita cuando cumpla cinco años y le cuentes que tu abuela te lo inventó.

 

¿Qué son los abuelos en la vida de los niños?

 

- El padre de mi madre fue la única persona a la que esperé ansiosa y por la única que sufrí, si se demoraba en llegar. ¿Y sabes por qué? Porque llegaba el viernes a Pinar del Río y el mismo viernes me llevaba con él a Guane en un tren que tenía pito, campana y que rugía, humeaba y pasaba por ni sé los pueblos y ríos y aunque bastante lejos, por el mar. ¡A Guane con abuelo en tren, Dios mío! A Guane a ver a abuela, reidora, cariñosa, besuqueadora y oliendo unas veces a sazones, otras a vainilla, y por las tardes a polvos de heliotropo.

 

- Me quisieron tanto mis abuelos de Guane que les escribí el mejor de mis libros. Pude haber escrito otro para los padres de mi padre, pero nos relacionamos poco y poco puedo contar de ellos: que él era alto y ella bajita, que tenían mi mismo cabello crespo y rezaban el rosario antes de dormir. Vivían solos en San Antonio de los Baños, en una casa umbrosa y sin adornos y con el recuerdo de una hija suicida. Por eso aquella abuela se vestía serio y casi siempre serio estaba aquel abuelo.

 

- Me hubieran querido, no sé, como con más sosiego; no me habrían dejado corretear descalza, como podía corretear en Guane, pero me habrían contado las historias de la Gran Canaria, la isla española de la que vinieron cuando él casi nunca estaba serio y ella se vestía de bonitos colores. ¿Y te das cuenta? Los abuelos son importantes, no solo para los niños, sino también para las personas mayores. Yo pienso mucho en los míos de San Antonio y doliéndome, porque no nos pudimos querer”.

 

La naturaleza es uno de los personajes de sus cuentos, ¿ello se debe a la belleza del paisaje pinareño?

 

—Si ves una loma crecida de pinos que despliegan, espléndidos, su belleza al sol, te encantarás mirándola. Pero eso no es lo bueno. Lo bueno es que tu padre te tome de la mano y camine contigo entre los pinos haciéndote ver su cambiante verde, aspirar el aroma, único en el mundo de un pinar virgen y oír tus pasos sobre las agujas caídas, y el canto de los tomeguines, y la música del aire allá en las ramas, y así y así, hasta que tu padre llega contigo a lo más alto y allí te sienta a su lado y te pasa el brazo por la cintura. No hay apuro.... no hay que hablar... el tiempo se ha detenido... son solo tú, tu padre y los pinos en el universo. Si te encuentras así con un paisaje, sintiendo la vida que lo anima y te lo entra entero en el alma, en ella se te quedará para siempre. Fue así como me encontré con el Rio Cuyaguateje y con toda la hermosura que lo rodea, y es por eso que su paisaje señorea en mis cuentos. señorean los pinares; los increíbles pinares que bordean la estrecha y empinada carretera que va de Pinar del Río a Guane pasando por el poblado de Luis Lazo. Por eso he contado aquí de ellos. Es algo que le debía a mi padre.

 

Ya los niños no cantan canciones infantiles, ¿a qué cree usted que se deba?

 

—Las canciones infantiles siempre han sido sencillas, y por sencillas, bellas, y por bellas, nobles. Con su riqueza rítmica y melódica, y la poesía y gracia de sus letras, nos ayudan a preservar el gusto estético del niño y a darle lo que mental y emocionalmente necesita. Sin embargo, no se cantan como antes. ¿Porque son otros los tiempos y otros los niños? Bueno, antes no había televisión y jugábamos y cantábamos mucho.  

 

- Ahora los niños se sientan a ver los muñe y frente al televisor se quedan, por lo que les gusta y porque nos conviene a los adultos. Por eso son buenos los círculos infantiles con sus titas que cantan, las casas de cultura con sus cantorías y los espectáculos teatrales de bien escogido repertorio. Pero para evitar que esas canciones se extingan, como se están extinguiendo los osos pandas, haría falta una mayor presencia de ellas en el hogar, la escuela, los medios audiovisuales y en la grabación de discos y casetes, y no pensando en la familia cuando incluyo esto último, sino pensando en los espacios de reunión de los niños. Y porque reconozco el valor de esas canciones, los convido a soñar el sueño de que vuelvan a cantarse. Después de todo un sueño, si en él se persiste y por él se trabaja, puede volverse realidad.

 

Los mamoncillos de sus cuentos y de Guane ¿le siguen gustando?

 

—Me siguen gustando. Lo más importante de nuestra casa de Guane era su mata de mamoncillos. Nos pasábamos el año esperando por sus flores y, cuando se abrían, su olor me recordaba el de los polvos de heliotropo que mi abuela se ponía y que venían en unos paqueticos envueltos en papel de seda amarillo y atados con una cinta dorada. Más nunca he vuelto a verlos ni olerlos, ni más nunca he comido mamoncillos tan blancos y dulces como los de aquella mata, que ya no existe. ¿Y sabes? Hay un montón de otros más nunca en mi vida. Pero bueno, de ellos, como de mis pesadillas de niña, no quiero hablar.

 

¿Es usted una niña grande?

 

—Ojalá lo fuera, porque me encantan las niñas, pero no lo soy. Soy una mujer de 70 años que no suele acordarse de que los tiene, porque como el día no le alcanza para todo lo que debe y quiere hacer, ni un minuto le queda para pensar en su edad.

 

¿Mantiene algún hábito de los que tenía en la infancia?

 

—El de la lectura y el de levantarme temprano como mi padre, que era el que nos llevaba el café a la cama; el de recortar figuritas de colores y el de luego perderlas; y el perfume con colonia para dormir.

 

Y así está Nersys, entre los duendes de luz de su nuevo libro que le hablan bajito al oído, y le cuentan historias de barcos de papel en ríos flaquitos; de un viaje pospuesto hacia donde nacen los arco iris dobles; del galope de un mulato general; y de cómo arropa a su caballero un padre en la fría Nueva York.

 

Tomado de.

http://www.mujeres.cubaweb.cu/imprimir.asp?a=2006&num=271&art=14 

 

2 comentarios

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