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Las grandes corporaciones y la felicidad

Las grandes corporaciones y la  felicidad

La fina brutalidad empresarial

                * Por Fabricio Estrada

Las guerras imperialistas y su auto regulada crisis financiera internacional no provienen de ningún guión fallido de Orson Welles o de una lectura críptica de Nostradamus. Los efectos y dilataciones de estos hechos  han sido razones suficientes para que muchísimos pueblos sobre el planeta intenten encontrar soluciones propias o solidarias, en agrupación de países vulnerables y de precariedades hartamente reconocidas.

 

Y para incomodidad de las élites empresariales –que en sí, han venido consolidándose en gobiernos-, esas debilidades han sido precisamente las fortalezas convocadas por los excluidos del mundo real, al igual que siempre, con la salvedad que ahora –y en nuestra cercanía latinoamericana- la racionalización de esas fortalezas ha concretado gobiernos y estructuras funcionales, sistemáticas, de claro y venturoso corte humanista.

 

Obviamente, el lenguaje ejecutivo del alto empresariado no discrepa con la definición del humanismo, pero sí con el cómo representar, ofrecer o darle significado a ese humanismo espurio en las poblaciones sometidas al mercado y a la transfusión de valores empresariales por medio de la media.

 

Al relativizar lo humano socavan la necesidad inmediata y la aspiración de justicia social, fragmentan la colectividad y reducen lo humano a lo puramente sensorial, ese entendimiento que hace creer que la satisfacción sólo admite un radio de acción “personalizado”.

 

Para elevar a categoría humanista su enajenante visión del mundo, las grandes corporaciones han creado lo que ellos  han denominado Responsabilidad Social Empresarial, esa “recta razón” que Cicerón propuso como única ley verdadera, inmutable, coherente a la naturaleza empresarial del hombre.

 

Aquí entra en juego la actitud, la fe en lo divino, todos los disfraces del buen gusto y la asepsia filantrópica que precisa sus actos de cuando en cuando en una fina cirugía social que separa la necesidad real de los esfuerzos colectivos por superar su marginación como clase.

 

En fin, la Responsabilidad Social Empresarial realiza una lobotomía masiva que se desencadena –como sucede, efectivamente, en la fisión nuclear-  a través de pequeñas dádivas en forma de sembradíos de arbolitos en comunidades, brigadas odontológicas esporádicas donaciones de pupitres, bombos y trompetas al construir un aula de clases para una población escolar que en sí, necesita de auténticas transformaciones de fondo e integralidad.

 

La Responsabilidad Social Empresarial, incluso, se atribuye la autoría de la felicidad y de la educación nacional, dando el placebo de regalitos en temporadas navideñas y fascículos educativos en diarios, mismos que, bajo un martillaje permanente, generalizan la idea que el avance del país es un asunto privado.

 

Esta visión empresarial comienza a ser afectada profundamente junto a todos sus argumentos,  cuando un gobierno de claro corte social consigue activar su ideario de beneficio para todos, mismo  que a la vez, estructura de forma estratégica la capacidad de sostener la solidaridad en el tiempo y en la conciencia de la población.

 

Al ser puestos en evidencia de manera tan escandalosa, comienza el viraje más radical en la visión ejecutiva-corporativa: el asumir como responsabilidad urgente apartar la amenaza que se ha encumbrado ante sus ojos.

 

Llegados a este punto, la moral social que el alto empresariado practica, comienza a adquirir una monstruosa ambigüedad, algo así como ver al presidente de una minera transnacional escribiendo poesía contestaría.

*FABRICIO ESTRADA (poeta Hondureño)

 

 

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