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La maleta II

 En este preciso minuto salgo para la secundaria de mi niña. Hoy es la partida para la Escuela al Campo. Un día muy agitado.

Anoche apenas una se podía mover dentro de su cuarto.

Sobre la maleta, sin orden ni concierto, un montón de objetos comunes necesarios: cepillo y pasta dental, peine, jabón, sábana, colcha, toallas... en fin, como quien va para un camping.

Para que no se nos olvidara nada, aunque este es nuestra segunda experiencia, hicimos una lista con todo lo imprescindible.

Los abuelos de aquí para allá y de acá para allá recordando cosas que podían olvidarse... toda una pequeña locura, como lo ha sido  nuestro fin de semana.

Compré diversas provisiones en mayor cantidad que lo acostumbrado : galletas de sal, dulces, mayonesa, naranjas, unas raciones de bistec de cerdo, refresco gaseado...

Aunque en el campamento les dan desayuno, almuerzo y comida, ya se sabe que no es lo mismo cocinar para cuatro que hacerlo para cientos.

Por eso las familias tratan de reforzar en estos días un poco más la alimentación y durante sus visitas les llevan platillos hechos en casa a sus hijos, entre los que no faltan los ricos dulces hogareños: el arroz con leche rociado con canela, el dulce de fruta bomba, el coco rayado...

Yo iré a ver a Glenda -así se llama mi pedacito de gente-  un día sí y un día no. Su campamento está bien cerca de esta ciudad, a solo cinco kilómetros, y como bien dice el refrán: “el ojo del amo engorda al caballo”.

Estas movilizaciones aquí –mas bien educativas que de otro corte- son una práctica tradicional generación tras generación. Yo asistí a tres de ellas cuando era alumna de secundaria.

Me parece bien enseñar a los muchachos a tener responsabilidades y autovalerse por sí mismos durante algunos días, aunque desde luego, no están solos, las profesoras y los profesores los acompañan y quedan encargados de su custodia y cuidado.

Los muchachos estrechan sus relaciones interpersonales, aprenden a compartir con las amistades, a ayudarse mutuamente, a trabajar por un objetivo común, y sobre todo, se vinculan con la madre de todas las riquezas: la tierra, y con quienes la trabajan: los campesinos.

Es muy propicio este intercambio para que aprendan a valorar el trabajo de otros, y no los vean como a seres inferiores por no haber dedicado toda su vida al estudio.

Aunque hay que reconocer que la composición del campesinado aquí ha cambiado notablemente, sus viviendas –aunque aún queda un grupo así- han dejado de ser de madera y guano, sobre todo en las zonas donde se cultiva el tabaco, renglón que los provee de mayores ingresos.

Muchas de esas viviendas son ahora de mampostería y dentro tienen todo lo que necesita un hogar, televisión, refrigerador, lavadora, y ¡cuidado¡....  hasta aparecen equipos tres en uno –como se les llama  (tocadisco con discos plásticos de los antiguos, reproductora de cassette y un radio), hasta los más modernos:  disco compacto, cassetera y radio. 

Realmente años atrás eso no era así en los campos , había más atraso.

Cuando usted habla con un labriego, en su modo de ver la vida hay matices muy atractivos: vigilan las fases de la luna para sus siembras y para plantar los árboles, conversan apoyándose en refranes populares llenos de sabiduría: “agua que no vayas a beber, déjala correr”; “la yagua que está pá uno no hay vaca que se la coma” ; “tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que aguanta la pata”; “el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”; “al que madruga dios lo ayuda”...

Es una cultura milenaria, llena de tradiciones. De los hombres de manos callosas que la levantan ven la luz los alimentos y productos para la exportación.

Sí, porque en las tierras en las que se planta el tabaco, cuando cesa su cosecha, se siembran otros cultivos que le aportan nitrógeno al suelo, como el frijol, el maní...

Rumbo a ese otro emporio de sabiduría ancestral cargaré la maleta. Sé que ella regresará con más espacios llenos que vacíos.

 

 
 
 

 

3 comentarios

Zenia -

¡holaaaa¡. ¡QUÉ GUSTO AMIGOS¡
Así como ustedes estoy yo, en una encrucijada. Me digo lo mismo que dice Almena, pero también me pregunto lo que afirma Nicolás.
Es cierto que tienen que madurar, y muchas veces los propios padres no los dejamos crecer por nuestro excesivo celo, no me lo tomen a mal, es mi única hijita, y como madre quisiera que nada le fuera mal, ya sé que es inevitable, que no puedo vivir su propia vida, que el exceso de bastones debilita el carácter, pero.... tengo que controlar mi sobreprotección. Les agradezco que echen un poquito de luz en mi pequeño túnel. Un beso.

Nicolás -

Pues yo no sé si está bien que vayas a verla tan a menudo... que tienen que madurar...

almena -

será una experiencia extraordinaria para ella. Aunque... sí... para ti una preocupación pensando ¿cómo estará?
Un abrazo!